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martes, marzo 01, 2005  

Las trillizas de Belleville




Sentado sobre la silla de una bicicleta (una Monareta azul oscura que ten�a cuando ni�o) me pregunto qu� podr�a pasar por su mente en esos momentos, pedaleando siempre sin ning�n lugar al cual llegar. Una especie de destino que est� en un movimiento c�clico, eterno, que no es nada m�s all� de s� mismo, que no tiene ning�n significado ulterior; el mismo destino de un ni�o que le da vueltas al peque�o patio de su casa en un triciclo y que no llega a ning�n lugar. A veces me veo a m� mismo como Champion. Mirando siempre siempre hacia el frente, ajeno casi por completo al mundo que se estremece a su lado, con excepci�n del camino que, despacio, se mueve adelante, hacia �l. Siento que no veo la lluvia caer, ni los camiones que pasan a cent�metros, ni la mirada triste de toda la gente que me rodea. Siento que, al igual que �l, casi siempre, sigo sobre la silla casi por inercia, porque es lo �nico que he hecho durante todo mi vida. Mientras ve�a Las trillizas de Belleville no pod�a dejar de pensar en ello con la esperanza de que el ciclista se bajara por fin de su bicicleta e hiciera algo m�s en su vida.

Champion, un muchacho sombr�o, es secuestrado por la mafia durante una etapa del Tour de Francia en la que participa y es llevado a trav�s del mar hasta Belleville, una monstruosa ciudad en donde va a ser usado para un bizarro juego de apuestas. Su abuela, quien le regal� su primer triciclo cuando era ni�o, lo sigue junto a su perro a trav�s del mar para intentar encontrarlo y salvarlo, y en el proceso conoce a las trillizas, un grupo de famosas cantantes de los a�os 30 que a�n se presentan en vivo en Belleville. La historia, que a simple vista parece simple, est� llena de detalles impresionantes que le dan a cada personaje una fuerza incre�ble, escenarios tristes y angustiosos, que sin embargo sumergen al espectador desde el principio en la historia y la vida de aquellos que participan en la historia. Una vida cuya cotidianidad se ve violentamente alterada un d�a cualquiera, un d�a m�s, y que seguramente nunca volver� a ser la misma. Y sin embargo, termin� de verla con la misma sensaci�n con la que comenc�, observando a esa flaca figura pedalear hasta el final, inconsciente del mundo a su alrededor, escapando mediante esta inconsciencia de la tristeza de sus ojos a trav�s del mar, de la celda, de un puente largo, del tren en las pesadillas de su perro, de todo el dinero de aquellos que lo miran correr. La esperanza de encontrar una alternativa a su quehacer se esfum� poco a poco con una especie de sonrisa en mi cara, una sonrisa que poco o nada tiene que ver con la felicidad.

Permalink 3:53 p. m.



 
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