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miércoles, junio 14, 2006  

Borges y yo


No recuerdo el primer relato de Borges que leí. Sé, sin embargo, que fue un relato y no un poema ni un ensayo. Mis papás tienen en su casa un par de antologías de él, llenas de muchos cuentos y poemas extraños que no he podido encontrar en otros lugares, aunque no llevo la lista. La lista, en algún sentido, se queda en mis recuerdos con nombres vagos o inexistentes, o con la sensación de alguna escena específica o el humor que me quedó de su lectura. Los leí rápido, encantado, a pesar de mi prejuicio contra todo lo que no conozco, que me ha evitado tantas y tantas lecturas maravillosas que podrían cambiar mi vida una y otra vez. A partir de ello, como es de suponerse, no soy el mismo. Me muevo, hablo, pienso y me alimento como si fuera el mismo, al punto de que nadie notaría la diferencia. Lo cierto es que no soy el mismo, y jamás volveré a serlo.

La lectura de Borges se mete en los huesos y se funde con ellos. Pesa, como todo en el cuerpo, pero se mueve también con el ritmo de los demás órganos o partes de órganos. Soy conciente de que aquellos que conocen a Borges desde siempre no pueden saberlo, pero yo, que fui iniciado, me doy cuenta de cada uno de los gramos que aumentó mi cuerpo después de su lectura, de cada uno de los sueños que ha modificado, de cada sensación de vacío y de asombro, de cada tarde y cada noche suspendida en el tiempo al pensar en él, al releerlo, al sentir que se está un poco más cerca. Soy conciente, en fin, de que aquello que tan profundamente se instala no puede deslizarse más allá, jamás, ni en un millón de años.

Ser conciente no basta. Habría que escribirlo todo o llevar la cuenta exacta de páginas y letras, la interconexión perfecta y detallada de la causa y su efecto. La mera conciencia del efecto se pierde en una sensación general, en una nueva vida conciente pero, a su vez, homogénea; una masa indicernible cuya presencia se impone a sí misma sin ninguna consideración. El color del fondo de la vida salta y se transforma sin proceso alguno: mi vida ya es otra. El miedo sigue, y el infinito abierto frente a mí me atropella tanto como antes, pero mi vida es otra. Soy conciente de ello, pero, ¿de qué me sirve? Borges lo sabía. La tragedia se impone y destruye, pero poco a poco se pierde y ya sólo queda la sensación de tragedia. El avión ha ido y vuelto innumerables veces (innumerables para mí, aunque exista alguien que lo sepa con precisión), se ha ido deshaciendo dentro de mí y sólo queda la sensación de no haber estado sentado dentro de él. Avión, tragedia y libros de Borges son lo mismo y me hacen lo mismo. Mi vida ya es otra; no recuerdo el primer relato, pero sé que lo leí.

Permalink 6:57 p. m.



 
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